Cuando uno empieza a aprender sobre la ciencia de los cetáceos, es una experiencia maravillosa... tan memorable como sería descubrir a esas mismas ballenas en el jardín de la casa. Hasta hace poco lo único que sabíamos de las ballenas era lo que podíamos ver directamente con nuestros propios ojos. Pero ahora, tenemos otros métodos científicos para espiar a estos magníficos seres guiados por poderes y sentidos maravillosos que apenas si comenzamos a entenderlos. Métodos que van desde el estudio de sus genes hasta el de sus árboles genealógicos; la forma en que viajan sus cantos gracias a la física del sonido bajo el mar; la recolección de su piel para medir sus niveles de estrés; o la medición de sus corazones gigantes sometidos a las formidables presiones submarinas; la labor detectivesca de estudiar sus fósiles y entender cómo pasaron de la tierra al mar. O lo que pasa con sus cansados huesos cuando dejan de existir. Porque incluso cuando mueren, las ballenas tienen algo que enseñarnos.

​

Dicen que conocimiento es poder. En este caso, es importante conocer bien los misterios de las ballenas porque estas criaturas todavía enigmáticas son los hilos dorados que conectan un océano con otro, un continente con otro, un país con otro, una cultura con otra. Ellas son un puente entre el pasado y el futuro, cuando el clima del planeta era diferente y los mares aún no estaban contaminados. Su biología es una mina de oro de información científica.

​

Para Colombia, las ballenas son algo más: son criaturas que nos unen con la tierra blanca de los hielos. A fuerza de ir y venir, dar a luz y concebir y volver a dar a luz, ellas se saben de memoria ese camino entre nuestra costa Pacífica y la Península Antártica. Conocen la cuenca del océano como uno conoce su propia casa. Necesitamos entender qué tanto les está cambiando su casa ahora que nosotros, y el calentamiento global, estamos metiendo mano en ella.