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Las barbas de una ballena franca adulta son gruesas y tiesas como cerdas de escoba —muy distintas de lo que yo había imaginado. Caminando por las playas de Valdes, recogí varias, y las pegué en una ballenita franca de madera que tengo en casa. Cada vez que la veo, pienso en cómo su dueña las usaba: empujando contra ellas su poderosa lengua para filtrar el famoso kril, o esos pequeños crustáceos marinos con el bello nombre de copépodos que tanto les gustan.

Sucede que estas barbas pueden crecer hasta medir más de 1.8 metros de largo y, como crecen continuamente, tienen un “registro químico” de entre ocho y diez años de su historia de vida. En las barbas de los ballenatos se encuentra el registro de la vida completa del animal incluida parte de su gestación.

Esto es lo que hacen los expertos de lugares como el Instituto de Conservación de Ballenas: llevan al laboratorio las barbas de las ballenas que mueren naturalmente, y buscan si las cerdas tienen hormonas como el cortisol y la progesterona. ¿Para qué? Porque esas hormonas tienen información asombrosamente clara sobre los niveles de estrés que haya sufrido la ballena a lo largo de su vida. Cosas como la respuesta de la ballena a enmallamientos o ataques de gaviotas.

También ayudan a determinar con qué frecuencia una ballena hembra ha estado embarazada.

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