Las vidas secretas de las ballenas
Ángela Posada-Swafford - María Victoria Jiménez - Clara Elvira Mejía
en compañía de las ballenas jorobadas
enero 28, 2015
diario 1ra expedición antártica colombiana*
Ni los 0 grados Centígrados, ni la llovizna continua, ni los guantes húmedos y gélidos como bloques de hielo detienen a María Claudia Diazgranados, de Conservación Internacional y a Sandra Bessudo, de la Fundación Malpelo, esta tarde de embarcarse en un bote inflable Zodiac y salir a buscar ballenas. Vestidas con un grueso traje anti-exposición enterizo anaranjado, botas impermeables, morrales llenos de cámaras y un fusil especial para tomar muestras de piel de los cetáceos, bajan por la escalera de soga y peldaños de madera adosada al costado de estribor del buque ARC 20 de Julio, y se embarcan ágilmente en el bote de caucho.
©Maria Claudia Diazgranados https://programaantarticocolombiano.wordpress.com/2015/01/28/en-compania-de-las-ballenas/#more-162
He acompañado un par de veces a estas dos amazonas antárticas de la ciencia. Yo todavía he de desarrollar su agilidad para subir y bajar por la escala de gato. Pero entre el traje, los gruesos guantes, las enormes botas y el sin fin de cuellos, gorros y gafas de esquiar, uno siente que arrodillarse sobre cubierta para dar con el primer escalón es como doblar una naranja. Lo magnífico es que siempre hay un montón de brazos fornidos dispuestos a ayudar en la maniobra.
Profesionales, intensas y llenas de vigor, las dos biólogas marinas van a lo que van: tomar las muestras de piel y hacer registros fotográficos de las ballenas. Hasta hoy habían tomado 10 muestras de animales diferentes, hecho 73 avistamientos desde el buque en estaciones oceanográficas (cuando estaba estático) y 54 en transectos. Tienen retratos de colas de 26 ballenas diferentes, y han invertido 190 horas de esfuerzo.
Las muestras de piel se le harán llegar a Susana Caballero, quién lidera el laboratorio de genética y biología molecular en la Universidad de Los Andes, y que trabaja entre otros temas de fauna marina. Uno de los estudios que hará Caballero es establecer posibles relaciones genéticas entre los animales muestreados en zonas de alimentación alrededor de la Antártida y en zonas de reproducción en el Pacífico Colombiano, es decir saber si los cetáceos muestreados son los mismos -o son parientes- de las ballenas que nacen y migran anualmente a la costa pacífica colombiana.
El Teniente de Corbeta Camilo Ariza, y el Marinero Primero Vilmer Vera, los dos fieles tripulantes que acompañan siempre a las dos investigadoras ya saben bien cuál es la rutina: dirigirse hacia el área general donde se las avistó desde el barco, pelar los ojos hasta ver algún lomo o cola negra, o la columna de vapor de una jorobada, y acercárseles por el lado para no cerrarles el camino.
Hoy se nos va más de una hora hilando nuestra ruta por entre exquisitos témpanos azul pastel. Aunque el mar está en calma, la lluvia no cesa y se nos han mojado los guantes y el interior de las mangas. No sé por dónde se mete el agua al acorazado traje anti-exposición, pero en un momento dado me siento en la borda del Zodiac y un hilillo de agua me recorre la espalda. Afortunadamente no es muy fría. La media doble funciona perfectamente dentro de las botas, y agradezco mentalmente el consejo de Sandra. Es claro que los guantes de todo el mundo deberían ser impermeables porque la lluvia traspasa las capas de tela y fieltros y nos congela los dedos. Ariza y Vera tienen la cara totalmente tapada con cuellos y gafas de esquí y no hay manera de saber cuál es cuál.
el aliento de una ballena
Finalmente vemos la primera ballena. Un lomo oscuro que se arquea pronunciadamente para sumergirse, dejando al aire una primorosa cola de sirena; su parte inferior tiene un patrón blanco y negro que es único en cada ballena, y la mejor forma de identificarlas. Está tan cerca que puedo observar los balanos pegados en los extremos de la cola y de la aletita dorsal - algo así como el caracolejo que crece sobre el casco de los buques.
Un par de minutos después la misma ballena emerge y exhala, y de pronto quedo envuelta en el fino rocío de su aliento. Huele a krill y pescado, y es ligeramente a rancio. Los marineros de antes solían pensar que las exhalaciones de las ballenas eran venenosas, una mezcla cáustica de azufre y quién sabe qué más, que era capaz de despellejar la piel de cualquiera que se les acercase.
Sandra Bessudo no pierde un segundo, posiciona el rifle, y dispara justo cuando el cetáceo expone su costado. El dardo de dos centímetros sale con una pequeña explosión de aire, colocado en la punta de una cabeza de plástico roja que queda flotando en el agua. Díazgranados recoge el botín con una malla, y lo observa complacida: el dardo contiene una delgada serpentina de piel de cuatro centímetros con un poco de grasa. Al regresar al buque pondrán la muestra en un recipiente con etanol al 90%, para preservarlo hasta el regreso a Colombia.
Pronto aparecen dos jorobadas más. Una madre y su ballenato. Ella le está enseñando a hacer círculos de burbujas para agrupar y confundir bancos de crustáceos y pececillos, que luego traga abriendo la cavernosa boca para tomar grandes cantidades de agua. Los pliegues de su garganta profundamente acanalada se extienden como acordeones y fuerzan el agua contra el techo de la boca para filtrar el bocado de peces y krill. A veces una ballena llega a consumir hasta 350 kilos de alimento en una sentada.
Las acompañamos durante unos minutos, antes de verlas alejarse en la distancia. Su respiración deja escapar un wooosh que resuena en las tranquilas aguas polares. Finalmente se pierden de vista, y las imagino cómo dirigibles, flotando marcialmente sobre la compleja topografía del Estrecho de Gerlache, que la ecosonda del buque comienza a revelar. Su mundo tiene cadenas montañosas, grandes valles y cañones profundos, praderas amplias y hasta volcanes y fumarolas. Es un paisaje tan dramático como el que nos rodea. Quizás más, porque en lugar de nubes hay témpanos labrados por el agua como catedrales góticas.
Quiero pensar que al menos alguna de ellas está preparándose para emprender el viaje de 10.000 kilómetros al norte desde aquí hasta el Pacífico colombiano, la segunda migración más larga del reino animal. Quizás el trabajo de las inquietas biólogas enfundadas en sus trajes naranja, y las muchas instituciones que las apoyan, nos dé la respuesta a su debido tiempo.