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¡csi ballenas!

El espectáculo es memorable y un tanto perturbador. Michael Moore, un biólogo, veterinario y forense de mamíferos marinos del Instituto Oceanográfico de Woods Hole, en Massachusetts, está metido hasta las narices dentro del cadáver de una ballena jorobada de 15 metros de largo que flota boca arriba en mar abierto frente a Nueva Inglaterra. Con un cuchillo japonés como los usados en la cacería de cetáceos, acaba de abrir una larga incisión desde el esternón hasta el ano, y ahora camina dentro del animal como si estuviera metido entre una canoa de madera cuyas bordas le llegan más arriba de la cintura. Tan pronto corta la piel del abdomen, las capas de grasa blanca que recubre el vientre se escurren hacia los lados ayudadas por la gravedad, dejando a la vista los órganos y músculos que interesan a Moore, quien se acostumbró al intenso mal olor desde que iniciara esta etapa de práctica forense extrema, completando el estudio de más de 50 cadáveres de grandes ballenas.

La cara oscura de la moneda es que, mientras Moore trabaja, puede sentir a los tiburones azules mordisqueando la parte inferior de la ballena: es sólo cuestión de tiempo antes de que alguno logre perforar de abajo hacia arriba. El riesgo es demasiado grande como para desecharlo. Por eso, Moore toma muestras fecales, de orina y de contenido estomacal, y regresa al buque nodriza anunciando que, aunque es en realidad la forma ideal de obtener muestras, es la última vez que su equipo hará un estudio forense de esa manera. De ahora en adelante, cualquier ballena flotante será trabajada desde un barco, con herramientas de mango largo.

Igual que con los cuerpos de los seres humanos que han fallecido, saber cuándo y de qué murió una ballena es importante para entender los peligros que las acechan. La causa de su muerte nos puede dar claves acerca de su medio ambiente local, los secretos de su genética, y el impacto de las actividades antropogénicas, en este caso en el mar. Nos dejará saber si fue una colisión con un buque, una intoxicación por alimento, contaminación del agua, etc.

Entonces hay que hacer una necropsia (el término autopsia está reservado para los humanos), y eso consiste en sacar trozos de tejido de todos los órganos, músculos, huesos, etc. Pero los forenses expertos en grandes cetáceos como Moore – de los cuales hay poquísimos - son solo algunas de las personas interesadas en las ballenas que aparecen muertas. Los demás son cientos de especialistas en laboratorios de todo el mundo adelantando sus propios trabajos de investigaciones, y quienes aprovechan la oportunidad de recibir un trozo de tejido para estudiar cosas que no tienen nada que ver con la causa de la muerte. Pero la causa de la muerte es algo que está constantemente en la cabeza de Moore.

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Necropsia de Ballena por Michael Moore - Permiso especial para Angela Posada-Swafford de https://www.whoi.edu

“El 50 por ciento de los diagnósticos que hemos hecho de las ballenas francas del Norte que llegan muertas a la playa es por colisiones con buques y enredijos con redes. Los traumas obtusos suceden cuando la ballena choca contra la proa del barco. Al principio no se notan mucho porque las hemorragias están por dentro, y es sólo cuando abrimos al animal que nos damos cuenta del daño. Por otro lado, las laceraciones abiertas ocurren cuando la hélice les pasa por encima del lomo o los costados. Son heridas que con frecuencia penetran hasta el hueso y a veces cortan las aletas, causando mucho sangramiento”.

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Tráfico marino en el mundo en tiempo real. www.marinetraffic.com

Cuando hay colisiones contra buques, la ballena muere en cuestión de minutos. Pero el enredijo en equipos de pesca es una historia mas complicada, dice Moore. “Es algo más perturbador desde el punto de vista del bienestar del animal. Porque lo que sucede, en el caso de la ballena franca, es que estas nadan mucho con la boca abierta esperando atrapar su alimento. Y entonces los cabos y filamentos de pesca se les enredan entre las barbas como si fueran seda dental. La ballena se pone muy molesta, se revuelca, se encabrita, y termina enmarañándose horriblemente. Por lo general rompe el aparejo de pesca y entonces es peor porque ya no está anclada a nada, y no hay forma fácil de rastrearla”.

En ese caso, va a pasar una de tres cosas: logrará zafarse de los aparejos, algo muy común ya que, según Moore, casi todas las francas del norte tienen heridas de enredijos en el lomo; o se embrollará de forma que no le cause daño y no interfiera con su vida. Pero las redes que son un problema son aquellas que se enredan a la vez en dos partes del animal, como por ejemplo la cola y una aleta, o la cabeza y una aleta. “Porque entonces lo que tenemos es como una sierra que va cortando hacia un lado y otro a medida que la ballena se mueve. Cada vez que se arquea, si la distancia entre las partes amarradas se acorta, la cuerda comienza a morder la carne y a lo largo de varios meses puede llegar a cortar una extremidad o encajarse dentro de un hueso. Y sabemos, analizando condiciones humanas que reflejan este tipo de presión, que es algo sumamente penoso. De tal manera que estamos matando a las ballenas lenta y dolorosamente”.

Moore lleva a cabo las necropsias porque, basadas en ellas, las agencias federales y estatales están tomando decisiones que afectan a la industria pesquera. “Y yo debo garantizarles que esas decisiones son o no son justificadas. Por ejemplo, uno de los objetivos es lograr introducir en el mercado aparejos de pesca que sean biodegradables o que se rompan fácilmente, hechos con articulaciones móviles. De todas maneras, la cuerda sigue siendo cuerda y se enredará en el animal de algún modo, pero sí por lo menos se rompe con más rapidez, eso es algo promisorio. Por otro lado, debemos ver cuál es la eficiencia de las pesquerías. Si para cazar una langosta hay que usar diez trampas, eso no es muy eficiente”.

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©NOAA - E. Lyman

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